jueves, 2 de junio de 2011

Porqué me apodan El alemán

Todo sucedió una placida mañana de Agosto, en la provincia de Alicante. Más concretamente en la playa de San Juan, en una urbanización llamada Las Lanzas.
Tranquilamente pudo ser una semana antes de la celebración de mi cuarto cumple años, quien sabe hará tanto de aquello.
Apunto estaría de cumplir cuatro años, todo parecía tan sumamente grande a mis ojos.
Me fascinaba probarme los zapatos de mi padre,
me escurría dentro de aquellos enormes zapatos soñando con hacerme pronto mayor.
-¡Mayor! sonaba bien esa palabra, ser mayor significaba no aguantar las decisiones de los demás adultos, siempre pendientes de aquel traviesillo que era dulce e inocente en sus pensamientos,
aunque rebelde y odioso a la hora de querer ser el centro de todas las atenciones.
Y por ese hecho de querer ser atendido como un niño mayor de cuatro años, todo un campeón.
Yo era muy dado a caminar y corretear detrás de todo, no sabía muy bien hacia a donde ni por qué pero siempre caminaba muy erguido y sonriente como diciendo para mis adentros.
-¡Prepárate humanidad que allá voy!
-Sería ya la una y media del mediodía.
¿Donde están los mayores? pregunté yo.
Pero nadie me respondía,
-¡Abu!...
Así salía de mis labios el diminutivo de abuela, con mi lengua entre cortada,
aunque luego engañaba porque hablar sabía, pero claro nadie me preguntaba.
Abu, donde están los hombres,
-¡pero ella no lo sabía!
-¡no sé, pregúntale a mamá!
Ni corto ni perezoso en busca de mi madre salía.

-¡Pero ella limpiaba, limpiaba!
Limpia los azulejos, barre, prepara las camas.
-¿Mamá donde están los hombres?
Ella no me miraba,
Mientras, limpiaba y limpiaba.

-¿Dónde estarán los hombres?
Mi mente se preguntaba,

-¡corrí hacia la tía!
que en la cocina estaba,
entre pucheros y platos, ella sí me miraba.
-¡Tía, tía! ¿Dónde están papa y los hombres?

Seguramente en el Bar estén.
Aunque no sé si estarán de buena gana
Jugando su partida con más hombres,

-¡Gracias por ser tan sincera!
Y cocinera tan buena.
Pensé, mientras la besaba.

Y de la calle abrí raudo la puerta,
esperando que no me pillaran.
Sí papa está con los hombres,
en el Bar jugando a las cartas,

Si yo también siendo hombre,
-¿porqué? entre mujeres estaba.

La curiosidad venció al miedo,
miedo que me regañaran,
pero yo también era hombre,
y la desconocida calle,
sólo miedo a los niños les daba.
Ya en la escalera de la portería,
a atrás eché la mirada, creyendo escuchar a mi tía.
-¡Aguarda me dije! no nos han delatado.
Las mujeres con las mujeres y ¡los hombres!...
Dónde se encontraba el Bar lo desconocía,
pero eso a mí, sin cuidado me traía.
Tenía ya cuatro años y de la calle ya estaba a un paso,
me escabullí entre dos señores muy despistados que de la calle entraron ablando.
Serio como si fuese algo normal mi escapada, corrí
hacia unos coches donde me escabullí agazapado.
Como yo, acurrucado detrás de un coche, a un amigo me encontré, era gato pero entre nosotros y la
urbanización se hallaba el enigma de una paralela misión.
Yo encontrar a los hombres y él a alguien que le diese amor, le sujete entre mis brazos y sin rumbo camine, como en el aire buscando algo, plazas y calles anduve, portales y bares visite pero sin rastro de los hombres ni de mi padre encontré.
Amigo gato saltó a esconderse, cuando un perro se acercó, el perro era grande pero más grande era yo. Tenía cuatro años pues era un tiarrón, algo bajito, pero de gran corazón.
Gato, presa del miedo, entre la gente escapó yo le seguí deprisa pero en la carrera el ganó.
Perdido, sin rastro de los mayores, sin gato
pues solo me encontraba yo, en el paseo marítimo a mi espalda me pareció escuchar una voz, era una pareja de ancianos que estaban en un banco sentados al Sol
-¿Dónde vas tú tan pequeño y tan solo?
-¡por estos mundos de Dios!
-yo no me siento tan solo y además ya soy mayor.
-¿Dónde vas hijo cuenta? ¡Que quiero saberlo yo!
-¡Adiós!
Voy al mar a la piscina grande a bañarme y tomar el sol.
-¡aguarda! ¿De dónde eres? pequeño chico mayor.
¡Mi nombre es José de apellido Auñón! he nacido muy lejos, pues alemán soy yo.
Rubio, ojos azules, pecas.
-¡Te describe bien tu parecido! pero hablas español.
-¡Soy hijo, de madre alemana y padre español!
Pero llegó por detrás mi abuela y la mentira se descubrió.
¡Ah, ahí, ahí!
-¡señora no pegue usted al chiquillo!
-Matarlo debiera pues de la casa se escapó.
-¡Yo buscaba a los hombres!
-Calla sin discusión, tu madre un manojo de nervios,
y tu padre que se yo.
-Bomberos, los guarda costas, tu tía también busco,
preguntándonos estábamos todos, si quizás el niño se ahogó.
-Tranquila señora el niño está bien y nada malo
le sucedió.
con la duda reflejada en la cara el anciano preguntó.
-¿pero lo que no entiendo?
¡Es que siendo alemanes!
Hablen tan bien el español…